Una de las críticas más comunes que se hace desde
cierta izquierda al Estado de Israel es que Israel es un proyecto racista. Se
trata, pues más que de la constatación de que en el Estado Israel hay
ciudadanos racistas (como lamentablemente en cualquier otro Estado), de que
Israel, como entidad estatal, es racista. Teniendo en cuenta que el racismo no
tiene legitimación social hoy en día, la recriminación de que Israel sea
racista sirve para deslegitimar al Estado judío. La definición más ampliamente aceptada de antisemitismo incluye justamente esto como uno de los
ejemplos de antisemitismo: “Negar al pueblo judío el derecho de
autodeterminación, por ejemplo afirmando que la existencia del Estado de Israel
es un proyecto racista.” Ahora bien: ¿Quién tiene razón en este intercambio de
denuncias? ¿Es Israel racista o son sus denunciantes antisemitas?
La
definición del racismo no es tarea fácil, dado su carácter versátil y cambiante
a lo largo de la historia. Conocemos el “viejo racismo” o “racismo abierto” que
hoy en día sólo se encuentra en algunos círculos de la extrema derecha. La
mayoría de la sociedad se desmarca abiertamente del racismo y del concepto de
razas humanas. No obstante, existen muchas definiciones de racismo que hacen
referencia a que los patrones de pensamiento del viejo racismo siguen en otras formas,
también en nuestras sociedades. Hoy en día, se puede hablar de racismo sin
razas, empleando otras denominaciones, como etnia, cultura, religión o nación que
reemplazan el concepto desacreditado. Estas formas, también son conocidas como
racismo simbólico, culturalismo o racismo moderno. Todas estas denominaciones, en
principio, describen el racismo como ideología.
También podemos encontrar definiciones de racismo que
tienen en cuenta la estructura de la sociedad y a sus instituciones. Si vemos el
racismo como estructura social o hablamos del racismo institucional,
normalmente se hace referencia a que independientemente de la voluntad de los
individuos de la sociedad el racismo es un sistema de desventajas para ciertos
grupos sociales – y por otro lado un sistema de ventajas para otros. Estas
ventajas/desventajas incluyen mensajes culturales, políticos y prácticas
institucionales, pero también creencias y acciones de los individuos. Sería esta
una definición que incluiría a la mayor
parte de las sociedades europeas. La mayoría de personas se beneficia de vivir
en un sistema donde tienen ventajas estructurales frente a otros grupos
sociales, sean minorías étnicas, religiosas, culturales, etc.
Estas ventajas/desventajas existen en todas las
grandes sociedades. Podríamos afirmar entonces que en todas las sociedades no sólo
hay racistas, sino también que todas las sociedades son racistas. Debería ser
entonces la política de los Estados minimizar y finalmente eliminar todo tipo
de discriminación racista. Muchos Estados (también Israel) y organizaciones
antirracistas (también en Israel), están intentando eliminar este lastre social,
por ejemplo mediante políticas de convivencia y sensibilización; y en muchos Estados
(también en Israel) hay fuerzas sociales y políticas que aumentan el racismo
social.
No obstante, el reproche al supuesto racismo de Israel
no se refiere sólo a la sociedad, sino
al propio proyecto de Estado. Israel, ese sería el reproche que se le haría , impide a
algunos grupos sociales, definidos estos en términos étnicos y religiosos, el
acceso al país o a la ciudadanía, y esto sería racismo. Si aceptamos esta
visión del racismo, entonces deberíamos identificar como racistas a todos los
Estados modernos. El núcleo de la razón de ser de cualquier Estado nacional es aumentar
el bienestar de sus ciudadanos. Para ello, cada Estado diferencia entre
ciudadanos y no-ciudadanos. Cualquier Estado, sea Israel, España, Francia o
Alemania, tiene un sistema escalonado para definir quién cuenta como ciudadano,
quién cuenta como ciudadano de segunda (p.ej. extranjeros con permisos de
residencia) y quién ni siquiera tiene el derecho de entrar en el territorio
nacional. Si seguimos esta definición, y personalmente creo que hay buenas
razones para que desde la izquierda la sigamos, entonces todos los Estados, tal
como los conocemos en la actualidad, por definición serían racistas. El objetivo
de una política de izquierdas emancipadora debería ser entonces la de acabar
con el modelo dominante de Estado.
Podríamos decir que si sólo se critica a Israel y no
al sistema de Estados moderno, se estaría utilizando un doble estándar – primer
indicio de que se trata de antisemitismo. Pero aún así: si todos los Estados,
con sus fronteras, su política migratoria y su discriminación institucional por
definición son racistas: ¿por qué en este blog estoy defendiendo a uno de
ellos?
Un
ejemplo:
Desde una
posición emancipadora hay buenas razones para estar en contra del sistema
carcelario como sistema general de castigo. Una organización totalitaria como
la cárcel, esta sería la argumentación,
no es capaz ni de reparar el daño, ni de reinsertar a los presos, ni de
proteger a la sociedad. Ahora bien, aunque esta posición sea compartido por
muchas personas de la izquierda emancipadora, probablemente nadie se
manifestaría a favor de la liberación de políticos y empresarios corruptos.
Aunque me puedo imaginar y deseo una sociedad en la que los políticos y
empresarios corruptos sean reconducidos, no mediante la cárcel sino mediante
formas comunitarias alternativas de castigo, en la sociedad actual, liberar a políticos y empresarios corruptos
sería una señal equivocada. En la
sociedad actual, liberar a políticos y empresarios corruptos no sería un
paso hacia una sociedad sin cárceles, sino un paso hacia la impunidad de los
poderosos. Si se quiere empezar a abolir las cárceles en la sociedad actual, se debe comenzar liberando a aquellos
prisioneros que más injustamente se encuentran encerrados, como p.ej.
inmigrantes ilegalizados en los Centros de Internamientos de Extranjeros.
De la misma
manera, también la lucha contra los Estados racistas no es una lucha moral
abstracta sino que tiene que contemplar la realidad existente en la que se
encuentra. Y la realidad existente es que Israel se encuentra con unos vecinos
donde hay importantes grupos sociales que quieren la muerte de Israel y de gran
parte de sus ciudadanos. Quien quiera un mundo sin fronteras y sin racismo, que
empiece por Europa. Abrir las fronteras
de la fortaleza Europa y cambiar su política migratoria sería un buen paso para
un mundo sin racismo. Exigir a Israel que abra sus fronteras para que entren
sus verdugos no sería un paso hacia un mundo antirracista sino un paso hacia un
mundo donde el exterminio de los judíos se haría – una vez más - realidad.
Quien lo exija, hoy en día, por tanto no es antirracista, sino – al menos en sus
consecuencias – un antisemita, porque colabora objetivamente con las fuerzas
que quieren la muerte de los judíos.