lunes, 14 de octubre de 2013

Mesa de disección (III): Racismo



Una de las críticas más comunes que se hace desde cierta izquierda al Estado de Israel es que Israel es un proyecto racista. Se trata, pues más que de la constatación de que en el Estado Israel hay ciudadanos racistas (como lamentablemente en cualquier otro Estado), de que Israel, como entidad estatal, es racista. Teniendo en cuenta que el racismo no tiene legitimación social hoy en día, la recriminación de que Israel sea racista sirve para deslegitimar al Estado judío. La definición más ampliamente aceptada de antisemitismo  incluye justamente esto como uno de los ejemplos de antisemitismo: “Negar al pueblo judío el derecho de autodeterminación, por ejemplo afirmando que la existencia del Estado de Israel es un proyecto racista.” Ahora bien: ¿Quién tiene razón en este intercambio de denuncias? ¿Es Israel racista o son sus denunciantes antisemitas?
La definición del racismo no es tarea fácil, dado su carácter versátil y cambiante a lo largo de la historia. Conocemos el “viejo racismo” o “racismo abierto” que hoy en día sólo se encuentra en algunos círculos de la extrema derecha. La mayoría de la sociedad se desmarca abiertamente del racismo y del concepto de razas humanas. No obstante, existen muchas definiciones de racismo que hacen referencia a que los patrones de pensamiento  del viejo racismo siguen en otras formas, también en nuestras sociedades. Hoy en día, se puede hablar de racismo sin razas, empleando otras denominaciones, como etnia, cultura, religión o nación que reemplazan el concepto desacreditado. Estas formas, también son conocidas como racismo simbólico, culturalismo o racismo moderno. Todas estas denominaciones, en principio, describen el racismo como ideología.
También podemos encontrar definiciones de racismo que tienen en cuenta la estructura de la sociedad y a sus instituciones. Si vemos el racismo como estructura social o hablamos del racismo institucional, normalmente se hace referencia a que independientemente de la voluntad de los individuos de la sociedad el racismo es un sistema de desventajas para ciertos grupos sociales – y por otro lado un sistema de ventajas para otros. Estas ventajas/desventajas incluyen mensajes culturales, políticos y prácticas institucionales, pero también creencias y acciones de los individuos. Sería esta una definición que incluiría  a la mayor parte de las sociedades europeas. La mayoría de personas se beneficia de vivir en un sistema donde tienen ventajas estructurales frente a otros grupos sociales, sean minorías étnicas, religiosas, culturales, etc.
Estas ventajas/desventajas existen en todas las grandes sociedades. Podríamos afirmar entonces que en todas las sociedades no sólo hay racistas, sino también que todas las sociedades son racistas. Debería ser entonces la política de los Estados minimizar y finalmente eliminar todo tipo de discriminación racista. Muchos Estados (también Israel) y organizaciones antirracistas (también en Israel), están intentando eliminar este lastre social, por ejemplo mediante políticas de convivencia y sensibilización; y en muchos Estados (también en Israel) hay fuerzas sociales y políticas que aumentan el racismo social.
No obstante, el reproche al supuesto racismo de Israel  no se refiere sólo a la sociedad, sino al propio proyecto de Estado. Israel, ese  sería el reproche que se le haría , impide a algunos grupos sociales, definidos estos en términos étnicos y religiosos, el acceso al país o a la ciudadanía, y esto sería racismo. Si aceptamos esta visión del racismo, entonces deberíamos identificar como racistas a todos los Estados modernos. El núcleo de la razón de ser de cualquier Estado nacional es aumentar el bienestar de sus ciudadanos. Para ello, cada Estado diferencia entre ciudadanos y no-ciudadanos. Cualquier Estado, sea Israel, España, Francia o Alemania, tiene un sistema escalonado para definir quién cuenta como ciudadano, quién cuenta como ciudadano de segunda (p.ej. extranjeros con permisos de residencia) y quién ni siquiera tiene el derecho de entrar en el territorio nacional. Si seguimos esta definición, y personalmente creo que hay buenas razones para que desde la izquierda la sigamos, entonces todos los Estados, tal como los conocemos en la actualidad, por definición serían racistas. El objetivo de una política de izquierdas emancipadora debería ser entonces la de acabar con el modelo dominante de Estado.
Podríamos decir que si sólo se critica a Israel y no al sistema de Estados moderno, se estaría utilizando un doble estándar – primer indicio de que se trata de antisemitismo. Pero aún así: si todos los Estados, con sus fronteras, su política migratoria y su discriminación institucional por definición son racistas: ¿por qué en este blog estoy defendiendo a uno de ellos?
Un ejemplo:
Desde una posición emancipadora hay buenas razones para estar en contra del sistema carcelario como sistema general de castigo. Una organización totalitaria como la cárcel, esta sería  la argumentación, no es capaz ni de reparar el daño, ni de reinsertar a los presos, ni de proteger a la sociedad. Ahora bien, aunque esta posición sea compartido por muchas personas de la izquierda emancipadora, probablemente nadie se manifestaría a favor de la liberación de políticos y empresarios corruptos. Aunque me puedo imaginar y deseo una sociedad en la que los políticos y empresarios corruptos sean reconducidos, no mediante la cárcel sino mediante formas comunitarias alternativas de castigo, en la sociedad actual, liberar a políticos y empresarios corruptos sería una señal equivocada. En la sociedad actual, liberar a políticos y empresarios corruptos no sería un paso hacia una sociedad sin cárceles, sino un paso hacia la impunidad de los poderosos. Si se quiere empezar a abolir las cárceles en la sociedad actual, se debe comenzar liberando a aquellos prisioneros que más injustamente se encuentran encerrados, como p.ej. inmigrantes ilegalizados en los Centros de Internamientos de Extranjeros.
De la misma manera, también la lucha contra los Estados racistas no es una lucha moral abstracta sino que tiene que contemplar la realidad existente en la que se encuentra. Y la realidad existente es que Israel se encuentra con unos vecinos donde hay importantes grupos sociales que quieren la muerte de Israel y de gran parte de sus ciudadanos. Quien quiera un mundo sin fronteras y sin racismo, que empiece por  Europa. Abrir las fronteras de la fortaleza Europa y cambiar su política migratoria sería un buen paso para un mundo sin racismo. Exigir a Israel que abra sus fronteras para que entren sus verdugos no sería un paso hacia un mundo antirracista sino un paso hacia un mundo donde el exterminio de los judíos se haría – una vez más - realidad. Quien lo exija, hoy en día, por tanto no es  antirracista, sino – al menos en sus consecuencias – un antisemita, porque colabora objetivamente con las fuerzas que quieren la muerte de los judíos.