Si viéramos
frases como “Marroquís fuera”, “Marroquís fuera de la universidad” o “Marroquís
fuera de nuestra ciudad” no tendríamos dificultad de entenderlas como lo que
son: puro racismo. Si ahora el autor de estas frases negara su racismo, explicándonos
que con las mismas quería criticar la situación de los Derechos Humanos en
Marruecos, dudo que nos pudiera convencer con esta argumentación. No sólo
entendemos en seguida que aquí se culpabiliza a todos los ciudadanos de un Estado
independientemente de su papel en la violación de los Derechos Humanos, sino
que también comprendemos sin gran
dificultad que se usa un doble rasero al singularizar sólo a Marruecos entre
todos los países que no cumplen con la protección de los Derechos Humanos. E
igualmente podemos ver que aunque el autor de las frases negase su racismo, no
sería difícil para cualquier racista estar de acuerdo con dichas frases.
Como
siempre la cosa es diferente cuando se trata de Israel. Las mismas personas que
en otros contextos suelen ser muy sensibles frente a la discriminación no lo
son cuando se trata del Estado judío, sus ciudadanos y sus defensores. Claro
que no gritan “Israelís fuera de nuestra universidad o ciudad”. Probablemente
ellos mismos se vieron el plumero. Pero en cuando se esconden detrás de las
siglas BDS – Boicot, Desinversión y Sanción – ya pierden la brújula moral y
justifican lo que con otros países y ciudadanos rechazarían como racismo.
Parece
que estas personas no tienen problema alguno en exigir el boicot académico, lo
que significa eliminar todos los vínculos con instituciones educativas
Israelís, sus profesores, investigadores y estudiantes. Así se han pronunciado
ya varias organizaciones estudiantiles, organismos universitarios, profesores e
investigadores - hasta donde yo sé, todos entendiéndose más o menos como “de
izquierdas” o “críticos”. Así por ejemplo, un grupo numeroso de alumnos impidió
este año la conferencia de Haim Eshach sobre la enseñanza de la ciencia y la tecnología
en las guarderías, por el mero hecho de ser Israelí. Y también en mi propia
universidad ha habido varias actividades del movimiento BDS, sobre todo
organizado por grupos estudiantiles pero a menudo apoyado por las diferentes
instituciones universitarias.
También
han proliferado en los últimos meses adhesiones al BDS por parte de pueblos y
hasta ciudades pequeñas gobernadas por partidos que suelen luchar contra la
discriminación – excepto cuando se trata de Israel, sus ciudadanos y amigos. Cómo
no ven que culpabilizan a todo un pueblo por las acciones de un Estado o que
utilizan un doble rasero al querer romper vínculos sólo con un único Estado en
un mundo lleno de injusticias estatales.
Aunque
ya lo he dicho en múltiples ocasiones lo repito una vez más: por supuesto se
puede criticar la política y la sociedad israelí. Pero en cuanto se utilizan
formas que en referencia a cualquier otra política o sociedad serían consideradas
racismo, entonces, muy probablemente estamos frente a un caso de antisemitismo.
Y al antisemitismo, tal como al racismo y cualquier otra forma de
discriminación hay que combatirlo.