Uno de los temas más discutidos en el debate Israel-Palestina es la
cuestión de los “refugiados”.
Desde una posición de emancipación social (o humanista, de izquierdas,
progresista, etc., si así se
prefiere), el argumento y la actividad política puede sintetizarse en tres
puntos:
1. Luchar contra las causas de cualquier migración forzada.
2. Garantizar el derecho de cualquier persona a vivir donde quiera.
3. Otorgar los mismos derechos sociales y políticos a tod@s
independientemente de su lugar de nacimiento.
Con estas premisas parece no existir otra posición para la izquierda
que la de “respetar, proteger y promover el derecho de los refugiados palestinos a
volver a sus casas”, tal y como lo formula, por ejemplo, el
movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanción contra Israel) que, a pesar de
haber sido ya condenado varias veces por racismo y discriminación, todavía se
considera de izquierdas.
Lamentablemente no vivimos en un mundo ideal, sino en uno donde las
guerras y amenazas, las fronteras, los racismos y el antisemitismo existen. Y
si la crítica social no quiere ser idealista sino materialista, es decir no
argumentar y cambiar el mundo desde un ideal sino desde la realidad existente,
tiene que tener en cuenta algunos hechos. Vamos por partes:
¿De qué hablamos cuando hablamos de
refugiados palestinos? Al principio hablábamos de aproximadamente 700.000
personas que tuvieron que dejar sus hogares cuando en 1948 los países árabes no
reconocían el, en aquel entonces nuevo y muy pequeño, Estado de Israel. A estas se añadieron unas 250.000 personas que fueron desplazadas de Gaza y Cisjordania como
consecuencia de la Guerra de los Seis Días. Algunas de ellas eran personas que tuvieron
que dejar sus hogares en 1948. Ahora bien, desde la creación de la UNRWA en
1949, la organización de las Naciones Unidas para los refugiados palestinos, no
solo estas personas sino también sus hijos,
nietos y bisnietos cuentan como refugiados. En ninguna otra región del mundo
existe esta práctica de heredar el estatus de refugiado a través de las generaciones. De esta forma, cuando
se habla hoy en día de “refugiados” palestinos se suele hablar de unos 5 millones
de personas cuya inmensa mayoría nunca ha tenido que huir o migrar. De lo
que no se suele hablar es de los 800.000 judíos que entre 1948 y 1951 fueron
expulsados de sus países de nacimiento en el oriente próximo y
oriente medio, ni mucho menos de aquellos que en cientos de años anteriores tuvieron
que huir de la persecución, o de aquellos que todavía hoy en día no se
sienten seguros fuera de Israel.
Ahora bien, como buen
pro-palestinos
deberíamos luchar por la garantía de los plenos derechos como ciudadanos
de los palestinos, vivan donde vivan. En Israel viven aproximadamente 1.275.000
palestinos (un 20% de la población), con plenos derechos de
ciudadanía. No obstante, entre los países “de acogida” solo
Jordania ha hecho esfuerzos para dar la ciudadanía a los palestinos. Los demás países siguen
la recomendación de la Liga Árabe de no fomentar la integración de los
palestinos para no hacer peligrar su “derecho a
volver”. En Europa parece una obviedad que desde la izquierda luchamos por la
integración en todos los ámbitos de la población inmigrante. Pero las
cosas parecen diferentes cuando de Israel se trata. ¿Cuántos de los autoproclamados
pro-palestinos han hecho fuerza para conseguir una vida digna de los
palestinos en sus países de residencia, que en la mayoría de los
casos son sus países de nacimiento? ¿Por qué solo aparece
como única
vía
al drama de los campos de “refugiados” palestinos
su inclusión en el único Estado de mayoría
judía, acabando así con
el “judío entre los Estados” (Paliakov)?
Pero al insistir en el derecho a vivir en Israel los poderosos de los países árabes
evitan que las reivindicaciones de los palestinos sean dirigidas contra ellos.
A la mayoría de los gobernantes árabes el destino de los palestinos les trae
sin cuidado mientras lo puedan utilizar como arma política. Ayudar a los gobernantes árabes en
ello no es tarea de una izquierda crítica.
Pero: ¿qué hay del argumento de que cada
persona debería poder vivir donde le complazca? Propongo a todos los interesados en
la emancipación social comenzar por “sus” países.
Trabajemos por unas fronteras abiertas en España y en Europa, en contra de las
vallas en Ceuta y Melilla, contra Frontex en el mediterráneo, y opongámonos a la política brutal de la UE contra los
refugiados sirios. Insistir en que justamente aquel Estado cuya mayoría de
habitantes es el resultado de una historia centenaria de persecución, por
Europa y por los Países Árabes, abra sus fronteras, no sólo es un sesgo tan sólo explicable por una fijación
hacia este Estado particular. También significaría asumir el riesgo de la
culminación de esta persecución. Sólo una izquierda ciega frente a
la larga historia del antisemitismo eliminatorio, que aún persiste en la
actualidad, podría arriesgar tal barbaridad. En ese momento
dejaría de ser para mí un movimiento de emancipación social.