viernes, 8 de abril de 2016

Refugiados

Uno de los temas más discutidos en el debate Israel-Palestina es la cuestión de los refugiados”. Desde una posición de emancipación social (o humanista, de izquierdas, progresista, etc., si así se prefiere), el argumento y la actividad política puede sintetizarse en tres puntos:
1.      Luchar contra las causas de cualquier migración forzada.
2.      Garantizar el derecho de cualquier persona a vivir donde quiera.
3.      Otorgar los mismos derechos sociales y políticos a tod@s independientemente de su lugar de nacimiento.
Con estas premisas parece no existir otra posición para la izquierda que la derespetar, proteger y promover el derecho de los refugiados palestinos a volver a sus casas, tal y como lo formula, por ejemplo, el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanción contra Israel) que, a pesar de haber sido ya condenado varias veces por racismo y discriminación, todavía se considera de izquierdas.
Lamentablemente no vivimos en un mundo ideal, sino en uno donde las guerras y amenazas, las fronteras, los racismos y el antisemitismo existen. Y si la crítica social no quiere ser idealista sino materialista, es decir no argumentar y cambiar el mundo desde un ideal sino desde la realidad existente, tiene que tener en cuenta algunos hechos. Vamos por partes:
¿De qué hablamos cuando hablamos de refugiados palestinos? Al principio hablábamos de aproximadamente 700.000 personas que tuvieron que dejar sus hogares cuando en 1948 los países árabes no reconocían el, en aquel entonces nuevo y muy pequeño, Estado de Israel. A estas se añadieron unas 250.000 personas que fueron desplazadas de Gaza y Cisjordania como consecuencia de la Guerra de los Seis Días. Algunas de ellas eran personas que tuvieron que dejar sus hogares en 1948. Ahora bien, desde la creación de la UNRWA en 1949, la organización de las Naciones Unidas para los refugiados palestinos, no solo estas personas sino también sus hijos, nietos y bisnietos cuentan como refugiados. En ninguna otra región del mundo existe esta práctica de heredar el estatus de refugiado a través de las generaciones. De esta forma, cuando se habla hoy en día de refugiados” palestinos se suele hablar de unos 5 millones de personas cuya inmensa mayoría nunca ha tenido que huir o migrar. De lo que no se suele hablar es de los 800.000 judíos que entre 1948 y 1951 fueron expulsados de sus países de nacimiento en el oriente próximo y oriente medio, ni mucho menos de aquellos que en cientos de años anteriores tuvieron que huir de la persecución, o de aquellos que todavía hoy en día no se sienten seguros fuera de Israel.
Ahora bien, como buen pro-palestinos deberíamos luchar por la garantía de los plenos derechos como ciudadanos de los palestinos, vivan donde vivan. En Israel viven aproximadamente 1.275.000 palestinos (un 20% de la población), con plenos derechos de ciudadanía. No obstante, entre los países de acogidasolo Jordania ha hecho esfuerzos para dar la ciudadanía a los palestinos. Los demás países siguen la recomendación de la Liga Árabe de no fomentar la integración de los palestinos para no hacer peligrar su derecho a volver. En Europa parece una obviedad que desde la izquierda luchamos por la integración en todos los ámbitos de la población inmigrante. Pero las cosas parecen diferentes cuando de Israel se trata. ¿Cuántos de los autoproclamados pro-palestinos han hecho fuerza para conseguir una vida digna de los palestinos en sus países de residencia, que en la mayoría de los casos son sus países de nacimiento? ¿Por qué solo aparece como única vía al drama de los campos de refugiados” palestinos su inclusión en el único Estado de mayoría judía, acabando así con el judío entre los Estados(Paliakov)? Pero al insistir en el derecho a vivir en Israel los poderosos de los países árabes evitan que las reivindicaciones de los palestinos sean dirigidas contra ellos. A la mayoría de los gobernantes árabes el destino de los palestinos les trae sin cuidado mientras lo puedan utilizar como arma política. Ayudar a los gobernantes árabes en ello no es tarea de una izquierda crítica.
Pero: ¿qué hay del argumento de que cada persona debería poder vivir donde le complazca? Propongo a todos los interesados en la emancipación social comenzar por sus” países. Trabajemos por unas fronteras abiertas en España y en Europa, en contra de las vallas en Ceuta y Melilla, contra Frontex en el mediterráneo, y opongámonos a la política brutal de la UE contra los refugiados sirios. Insistir en que justamente aquel Estado cuya mayoría de habitantes es el resultado de una historia centenaria de persecución, por Europa y por los Pses Árabes,  abra sus fronteras, no sólo es un sesgo tan sólo explicable por una fijación hacia este Estado particular. También significaría asumir el riesgo de la culminación de esta persecución. Sólo una izquierda ciega frente a la larga historia del antisemitismo eliminatorio, que  aún persiste en la actualidad, podría arriesgar tal barbaridad. En ese momento dejaría de ser para mí un movimiento de emancipación social.