jueves, 13 de diciembre de 2012

Antisemitismo en la izquierda (I) – Israel todopoderoso



 Algunos defensores de Israel (des)califican a los críticos del Estado judío de  antisemitas. A veces esta calificación se utiliza de forma incorrecta, sea por error o como estrategia discursiva para hacer callar a un hablante sin que este sea antisemita. No obstante, muchas veces, el uso del adjetivo está justificado. Desde la izquierda no se tiene ningún problema en utilizarlo para describir  la ideología o  los actos (neo)nazis, pero en las propias filas no se suele sospechar de antisemitismo. No obstante, creo que el antisemitismo es uno de los grandes problemas no resueltos de una parte importante de la izquierda.

Como casi todas las ideologías, también el antisemitismo ha vivido cambios con el tiempo. Así,  el mismo término antisemitismo era el intento de distanciarse del anti-judaísmo y de dar al rechazo a los judíos un carácter científico (basándose en las teorías de la raza muy populares hacia finales del siglo XIX y principios del siglo XX). Una vez dotado de esta aura científica, muchos “patriotas” del centro de Europa se declaraban a sí mismos antisemitas y  defendían abiertamente que los judíos minaban a los Estados nacionales y la libertad de sus ciudadanos. Esta referencia afirmativa al antisemitismo quedó descalificada casi de golpe. Auschwitz mostró al mundo a dónde es capaz de conducir  el antisemitismo.

No obstante, aunque el antisemitismo abierto desapareció de los discursos públicos del centro de Europa después de la segunda guerra mundial, no desaparecieron las figuras retóricas, estructuras mentales y formas de pensar del antisemitismo. Como el antisemitismo trabaja con figuras mentales de liberación y emancipación de la población y de la nación frente al capital y al poder supranacional (personalizada en forma de los judíos) estas figuras mentales se encuentran muchas veces en los patrones de argumentación de la izquierda.

Una de estas formas tiene que ver con la imaginación de un poder exagerado de los judíos. Mientras el racismo opera con el miedo a la masa de otros imaginados como inferiores (p.ej. sucios, vagos, criminales…), el antisemitismo opera con el patrón de otro como poco visible, situado entre nosotros pero no obstante muy fuerte, astuto e internacionalmente organizado. En la ilusión antisemita, los judíos o Israel como “el judío entre los Estados” aparecen como mucho más fuertes de lo que realmente son. Así, estudios como el Eurobarometro, que  preguntan a los ciudadanos sobre su percepción de los diferentes Estados,  muestran que con regularidad  Israel es visto como el país que más amenaza la paz mundial. Con ello Israel se coloca por delante de países con fuerza militar importante y mundialmente en uso como los EEUU o países como Corea del Norte, Irán, Irak o China. Imaginar que   un país de menos de 8 millones de habitantes sea capaz  de amenazar la paz mundial, sólo puede explicarse como una ilusión paranoica.

Lo mismo se puede decir sobre la afirmación de que los judíos tienen demasiado poder en el mundo económico o en el mundo  financiero. Estas dos preguntas se plantaron a ciudadanos europeos en un estudio de la Anti Defamation League. Resulta que España es el segundo país donde más arraigado está el estereotipo del judío con grandes poderes económicos; sólo superado por Hungria, país que ha ganado notoriedad en los últimos meses por ataques violentos a judíos. Dos tercios de la población española creen que es “probablemente verdad” que los judíos tengan  demasiado poder en el mundo económico.

Uno de los peligros de esta forma de pensar reside en que el antisemitismo se imagina la lucha contra este poder enorme como una liberación, como una emancipación. Esta figura supuestamente emancipadora resulta especialmente atractiva para la izquierda. En la lucha contra el “gran poder de Israel” o la “gran influencia de los judíos y del sionismo en el mundo” el antisemita de izquierdas se cree involucrado en una lucha contra los más poderosos. Imaginarse la lucha contra un Estado de apenas 8 millones de habitantes como una lucha por la paz mundial y con ello para la emancipación mundial, sólo puede ser visto como una quimera.


“¿Escribir un ensayo contra el antisemitismo? Bien. Pero prefiero bates de béisbol.” (Woody Allan).

El antisemitismo es una manía. La diferencia entre una manía y otras enfermedades es que los otros enfermos saben de sus problemas de salud. El maníaco cree en la realidad de sus ilusiones. Si el antisemita supiera de su antisemitismo, no sería antisemita.

Cuando Israel ataca a posiciones de Hamás desde donde se lanzan cohetes a civiles, el antisemita habla de genocidio y de un nuevo Holocausto. Cuando Israel deja de atacar y construye viviendas en territorios disputados, el antisemita sigue hablando de estrategia genocida. Y cuando Hamás asesina a civiles en un autobús, una cafetería o una discoteca de cualquier ciudad israelí, el antisemita culpa a la política genocida de Israel. Al paranoico no se le puede convencer con argumentos. Intentar argumentar con antisemitas significa más bien tomar en serio su ilusión y admitir la posibilidad de que sean reales.

Si aquí se ha optado por el uso de los argumentos, no es para convencer al paranoico de la imposibilidad de sus ilusiones, sino para evitar la ofuscación de aquellos que todavía son capaces de utilizar su razón. Hay que decir claramente que no toda la crítica a Israel es antisemita. Igualmente, no todo el antisionismo utiliza retóricas antisemitas. Pero la crítica a Israel que cae en la trampa de imaginarse a Israel como fuerza poderosa y peligro para la paz mundial, sí lo es. Si la izquierda quiere seguir siendo una fuerza emancipadora, tiene que desarrollar una sensibilidad para figuras antisemitas y evitar este tipo de argumentaciones. Defender la justicia y la emancipación significa también analizar los propios errores, prejuicios y efectos no deseados.

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