jueves, 18 de diciembre de 2014

Tensión universalista no resulta



Con razón hay una protesta masiva de la sociedad civil cuando el cretino de turno hace comparaciones de la situación actual (nacionalismo catalán, aborto, ETA) con los nazis. No obstante en cierta parte de la izquierda parece que hay una comparación con el nacionalsocialismo que pasa sin que las diversas organizaciones de izquierdas pongan el grito en el cielo. Me refiero aquí a la comparación de la política de Israel con la de los nazis (incluido expresamente como ejemplo de antisemitismo en la definición más prominente). Más concretamente parece haber un consenso en que el sionismo es nazismo o al menos racismo. ¿Pero alguien de esta izquierda se ha parado alguna vez a reflexionar sobre qué es el sionismo, de dónde viene y que discusiones existen tanto dentro del sionismo como dentro de la comunidad judía al respecto? Si no  quieren estropear su cómodo prejuicio les recomiendo no seguir leyendo porque aunque los resentimientos suelen ser resistentes a los argumentos, intentaré explicar brevemente las diferentes posiciones que existen dentro del sionismo y los argumentos no-antisemitas a favor y en contra de estas.


Sionismo según google



El sionismo moderno surge en la segunda mitad del siglo XIX. En el auge de los nacionalismos europeos y de las creaciones de los diferentes Estados-naciones, también desde la comunidad judía surge el deseo de tener un Estado propio. Si todos los pueblos tienen su Estado, entonces: ¿por qué los judíos no deberían tener el suyo? Así el planteamiento del sionismo político del que Theodor Herzl quizá sea la figura más destacada.

El sionismo político recibe básicamente tres contestaciones dentro de la comunidad judía. Estas contestaciones todavía están presentes hoy en día en críticas al Estado de Israel. La primera contestación es la de grupos ultra-ortodoxos. Ellos argumentan que sólo Dios puede salvar a los judíos de la situación de Diáspora y lo hará enviando al mesías. Acabando ya con la situación de Diáspora sería, según esta posición, una blasfemia.

La segunda crítica muy influyente antes de la segunda guerra mundial era la idea de que los judíos no necesitan un Estado propio. Es la expresión de la convicción de que el antisemitismo existente se puede superar y el pueblo judío se puede integrar perfectamente en los diferentes Estados-naciones. Esta posición vivió un duro revés con el Holocausto. El asesinato industrial de 6 millones de judíos mostró que incluso en el país que hasta aquel momento había sido considerado uno de los más civilizados del mundo no se podía estar nunca seguro. Desde esta posición también se re-evaluaron otros acontecimientos como los múltiples pogromos contra los judíos en el mundo árabe. Por ejemplo los pogromos de Jerusalén de 1929 en los cuales 130 judíos fueron asesinados, bajo las miradas pasivas de la policía británica. De ahí creció la convicción del sionismo político de que los judíos necesitan un Estado propio, un Estado donde ellos mismos se puedan defender contra los ataques antisemitas, donde el Estado no aplauda o mire en otra dirección cuando se les masacra.

De estas dos críticas antisionistas hay que diferenciar una tercera crítica al sionismo político. Viene del ámbito del sionismo cultural. Los judíos que defendían esta posición argumentaron que los judíos no deberían caer en el mismo error de los particularismos y nacionalismos de los Estados-naciones. En vez de ello apostaron por la recuperación de la cultura judía, sobre todo de la lengua hebrea. Veían  la idea de crear un Estado judío propio con recelo ya que esto significaría cometer los mismos errores y realizar las mismas exclusiones que los demás Estados. Un Estado judío no sería mejor que cualquier otro Estado.

Ahí entramos en lo que muchos críticos de Israel denuncian: el particularismo del Estado de Israel. Desde una posición de izquierdas exigen a Israel convertirse en un Estado fundamentalmente diferente. Un Estado sin carácter judío. Desde el ideal de un mundo sin fronteras, un mundo donde ni la pertenencia étnica ni la religión importan, exigen de Israel el abandono de su proyecto nacional actual.

Aunque comparto el ideal del mundo sin fronteras y sin discriminación, hay que tener en cuenta también la realidad. Y la realidad es que la destrucción de Israel no sería un paso hacia esta dirección, sino hacia la dirección opuesta. Los que critican el carácter particularista de Israel suelen callarse frente a los múltiples y mucho más profundos procesos de exclusión en los demás países de la región, donde derechos civiles, democracia, igualdad de género o libertad sexual son extranjerismos. Exigir de Israel lo que de ningún otro país del mundo se exige (al menos no con la misma vehemencia) significaría promover el fin de la idea de un Estado donde que garantize que los judíos se puedan defender en contra de ataques desde adentro o afuera.

Sí, el sionismo político no es universalista. Sí, el sionismo político es particularista – como cualquier Estado del mundo es un proyecto particularista. Pero en el mundo nacionalista, racista y antisemita en el que vivimos, el sionismo parece de momento la única solución viable para garantizar la existencia del pueblo judío.

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